viernes, 25 de septiembre de 2009

miércoles, 1 de abril de 2009

LOCUAZ


“Murió porque hablaba demasiado”. Es la respuesta sin posibilidad de repregunta –por si acaso- del jefe mafioso ante algún compinche que inquiere sobre la existencia de otro del que hace algún tiempo nada se sabe. Aquí la locuacidad es causa segura de una sentencia de muerte inapelable, pues en definitiva, ese hablar demasiado no es otra cosa, en el argot de la mafia, que “irse de la lengua”. En este contexto, por consiguiente, parece que lo mejor es “mantener la boca cerrada” y sólo decir las palabras justitas que correspondan, pues incluso errar en alguna de ellas puede ser también causa provocadora de la ira asesina de quien sustenta el poder.

En otros ámbitos, sin embargo, la locuacidad puede ser una auténtica virtud, al menos en principio. Es lo que suele ocurrir en el ámbito de la política, donde la combinación de locuacidad e imagen es un factor inicial determinante en la carrera de muchos líderes políticos. Pero en este contexto, hablar demasiado ya no es sinónimo de “irse de la lengua”, sino más bien, de “no decir nada” y, en caso de sobrevenir la “muerte”, esta no es definitiva, sino tan sólo confirmación de que lo mejor es “hacer oídos sordos” ante el discurso insustancial y de pura palabrería del que hemos descubierto como mero diletante de la palabra. El candidato feneció porque lo único que hacía era hablar y hablar para sí mismo, esto es, para escucharse a sí mismo sin ton ni son. Hagamos un esfuerzo y pensemos en algunos líderes políticos de ámbito nacional, autonómico o local, y seguro que hallaremos ejemplares muy desarrollados en cuanto a grado de perfección alcanzado, con esa supuesta virtud de empezar la frase con la horripilante expresión de “Yo diría…” y no saber cuándo la van a terminar.

Y qué decir del ámbito de la abogacía, profesión que entronca desgraciadamente con la visión negativa que nuestra cultura tiene de los sofistas (gracias a las diatribas que contra ellos nos legó Platón), y para los que la palabra es siempre un instrumento determinante a la hora de la defensa o el ataque en el proceso de la discusión dialéctica. Aún quedan agraciadamente abogados que usan correctamente el lenguaje y que son comedidos –aunque a veces también ampulosos- a la hora de su aplicación al caso concreto.

¿Y los profesores? Ay, los profesores (y profesoras, que ya deben ser más a estas alturas). Estos sí que precisan de la palabra y también de la locuacidad, y de la paciencia, y de la repetición comedida y clarificadora pero expresada de distinta manera, y del afecto hacia el discente para crear con el mismo los lazos propios de la empatía que facilita el aprendizaje y el conocimiento mutuo. Siempre he pensado que el profesor que no tenga problemas de cuerdas vocales es un profesor del que en principio hay que dudar. Sí, ya se que es un poco duro decirlo, pero no suele fallar. La locuacidad aquí no es hablar por hablar o hablar innecesariamente, sino más bien, hablar y hablar porque mediante la palabra se transmite incitación a la reflexión y al descubrimiento de las realidades e ideas que conforman nuestro mundo. Dicen que los profesores actuamos como si fuéramos actores, pero en realidad el buen profesor no actúa, pues ello supondría afirmar que se limita a ser repetitivo como lo es el actor que día tras día repite el mismo guión. Por el contrario, el profesor actúa cada día con un guión en buena parte improvisado, porque cada día es la realidad y sus propios alumnos los que le demuestran que en la tarea del conocimiento es preferible la locuacidad que nos conduzca a descubrir el error o la perspectiva de una nueva reflexión, que el silencio o la mera cadencia de la letanía del discurso petrificado por el paso del tiempo.

lunes, 30 de marzo de 2009

¿POR QUÉ?


Nos pasamos una buena parte de la vida preguntándonos la razón de ser de muchas cosas. En una primera fase, lo hacemos casi automáticamente, esto es, sin ser conscientes de que estamos conformando nuestra propia razón y conciencia como individuos; en otras, ya de mayores, y una vez hemos desistido de saber todos los por qué de cada una de las cosas, nos centramos en aquellos que nos afectan o pueden afectar directamente y que forman parte de nuestra esfera íntima que no debe ser controlada por el Estado ni por ningún otro poder externo, salvo que voluntariamente así lo queramos aceptar.
¿Por qué dejaste de amarme? ¿Por qué me amas? ¿Por qué te gusto? ¿Por qué no te gusto? ¿Por qué te fuiste? ¿Por qué viniste? ¿Por qué te odio? ¿Por qué no me odias? ¿Por qué fumas? ¿Por qué no fumas? ¿Por qué fuiste a comprar? ¿Por qué no fuiste a comprar? ¿Por qué te pelaste? ¿Por qué no te pelaste? ¿Por qué fuiste al médico? ¿Por qué no fuiste al médico? ¿Por qué te metiste en Facebook? ¿Por qué no te metiste en Facebook? ¿Por qué le votaste? ¿Por qué no le votaste? ¿Por qué piensas de esta forma? ¿Por qué no piensas de esta forma? ¿Por qué te masturbas? ¿Por qué no te masturbas? ¿Por qué no engañas a tu pareja? ¿Por qué engañas a tu pareja? ¿Por qué te quieres casar con este? ¿Por qué no te quieres casar con este? ¿Por qué fuiste a la manifestación? ¿Por qué no fuiste a la manifestación? ¿Por qué crees en Dios? ¿Por qué no crees en Dios? ¿Por qué usas condón? ¿Por qué no usas condón? ¿Por qué abortaste? ¿Por qué no abortaste? (……) ¿Por qué abortar es un crimen? ¿Por qué abortar no es un crimen?

¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?
¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?

Dejemos, dentro de un orden mínimo legalmente establecido y respetado por casi todos, que cada uno y cada una plantee sus por qué sin pretender imponer a nadie sus respuestas.

viernes, 27 de marzo de 2009

EL TSUNAMI CONSERVADOR


En la edición de ayer del periódico EL PAÍS que, como es sabido, es uno de los principales apoyos del Gobierno del Sr. Rodríguez Zapatero, se advierte un tono de cabreo del editorialista con el Presidente y sus ministros que no puede ser calificado como normal. Los reproches no ofrecen sutilezas de ningún tipo, sino que suponen un cuestionamiento abierto y directo de la trayectoria del Gobierno de la Nación en los últimos tiempos y, en particular, de su presidente en su esperpéntica actuación con la retirada de las tropas españolas de Kosovo, y no por la retirada en sí, sino por el momento y la forma en que la misma se ha anunciado por la Sra. Carmen Chacón.

He de reconocer que este tipo de reacciones un tanto sorpresivas e histéricas de los medios, me encantan, pues las mismas son clara expresión de la viveza de la política y de su incidencia en los “amigos” y “enemigos”, máxime si unos y otros son propietarios o dependen para su sustento de algún medio de comunicación relevante. Por ejemplo, alguna mañana en que me veo por esa autopista corta en distancia y larga en el tiempo que une mi pueblo con la capital, escucho a Jiménez Losantos en la llamada “emisora de los Obispos” para comprobar cómo aumentan o disminuyen las posibilidades de M. Rajoy para alcanzar un día la Presidencia del Gobierno (la regla es: a mayores ataques del periodista a Rajoy, aumento de posibilidades del mismo para ser Presidente, pues crecen las simpatías de potenciales electores que no están por las posiciones extremas en política, y mucho menos por mezclar política y religión). Exactamente igual me sucede con el máximo oráculo de la prédica de izquierdas, esto es, con Iñaki Gabilondo. Cuando ya estoy en casa tranquilito y con ganas de que empiece CSI o El Hormiguero, escucho antes a este “obispo” laico y trato de “leer entre líneas” el mensaje pastoral del día, que unas veces va dirigido como reprimenda al Gobierno y otras a sus potenciales electores. De esta forma, cuando cuestionan la actuación del Gobierno, está claro que ponen de manifiesto indirectamente su desazón por el casi correlativo aumento de posibilidades del adversario Rajoy a ocupar un día no lejano la codiciada Presidencia del Gobierno de la Nación. Son sólo dos claros ejemplos de la interrelación existente entre política y medios de información y conformación de opinión.

Desconozco los criterios que emplean los sociólogos para interpretar las encuestas que regularmente se hacen a los españoles en el ámbito político, pero tengo la impresión, en mi condición de ciudadano al que de alguna forma le preocupa la política –pero sin llegar al martirio ni tampoco al narcisismo tan propio de los políticos profesionales-, que el Sr. Rajoy, si es capaz de mantener un rumbo centrado y centrista (me alegra saber que no encabezará la manifestación contra el aborto en Madrid), tiene cada día más posibilidades de ganar las próximas elecciones generales. Está el hombre contento después del triunfo personal y político en Galicia; tiene buenas expectativas para las elecciones europeas (a pesar de no haberse atrevido a colocar a Gallardón encabezando la lista, lo que a mi juicio hubiera sido un acierto desde el punto de vista de la estrategia electoral) y, sobre todo, cada día que pasa se pone más claramente de manifiesto la endeblez política del Sr. Rodríguez Zapatero y de todo su equipo de gobierno (creo que nunca hasta ahora se ha “quemado” en tan poco espacio de tiempo un gobierno, y ello no sólo ha sido consecuencia de la crisis económica, sino de su manifiesta incompetencia para gobernar).

La virtud más acusada y sobresaliente del Sr. Zapatero es haber encendido la llama de lo que más pronto que tarde se denominará “Revolución conservadora”, que no es ni mucho menos un contrasentido, sino la expresión patente del hartazgo de muchos ciudadanos –de izquierda y de derecha- ante tanta estupidez y mal gobierno. Ahora todo dependerá, entre otras cosas, de que ni la Iglesia ni los extremistas se empeñen en dinamitar el previsible triunfo del Partido Popular en las próximas elecciones europeas.

jueves, 26 de marzo de 2009

PREFERENCIAS EN ECONOMÍA


Lo sé, soy perfectamente consciente de ello, pero no lo puedo evitar: no me hacen mucha gracia los economistas ni tampoco la concepción dominante de la economía como ciencia positiva y no como Economía Política. El superconocimiento superespecializado de los economistas aún no nos ha explicado a plena satisfacción la actual crisis que atravesamos en todo el planeta aquellos que hasta el presente vivíamos, si no por arriba de nuestras posibilidades, sí por arriba de las nulas o casi inexistentes posibilidades de otros millones de seres humanos que siguen naciendo y muriendo en una crisis que para ellos es permanente. Así que no me tomen muy en serio lo que voy a decir seguidamente, pues lo haré sin haberlo contrastado antes con algún economista, aunque creo que esto último es en definitiva lo mejor que se puede hacer casi siempre.

El funcionamiento de la denominada economía de mercado, esto es, del mercado como lugar de intercambio entre productores y consumidores, es posible que sea una de las mejores cosas que le ha ocurrido al ser humano a lo largo de su existencia en este mundo. El contraste entre el funcionamiento del modelo económico fundamentado en el “libre mercado” y aquel otro que se alzó como alternativa radical al mismo (sistema económico planificado y controlado hasta en sus más pequeños detalles por el poder político), tiene su máxima -¿y definitiva?- expresión en el colapso de este último en la antigua Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y en sus sometidos “países satélites” (salvo en Cuba, claro, donde quien está a punto de sucumbir es la sufrida población de la isla). En esa fecha ya mítica de 1989 cuando los alemanes del Este y del Oeste derriban el “muro de la vergüenza”, una parte importante de la humanidad confirmó de manera clara y rotunda que el Imperio soviético no era un modelo a emular en ningún sentido, pero sobre todo, en su vertiente económica, pues lo único que había repartido era pobreza para la mayoría de la población y privilegios para la llamada nomenklatura.

Bien es verdad que la victoria no ha sido plena, pues ahí está ese otro gigante mundial con aspiraciones nada disimuladas a transformarse en imperio (los sucesores del llamado Gran Timonel que es la versión china de nuestro Caudillo en España), donde se ha demostrado de manera fehaciente que es posible un alto grado de “liberación” de las reglas de funcionamiento del mercado, con una estricta disciplina militar opresiva sobre las más elementales aspiraciones de la población al disfrute de la libertad política.

Estos dos acontecimientos reseñados me llevan, como buen ignorante en temas económicos, a aventurarme a plantear alguna conclusión, que aunque sea provisional, puede sin duda transformarse en definitiva con el devenir. Creo que debe existir siempre una estrecha relación entre economía y política, y que no es éticamente aceptable que los defensores de la democracia como sistema político justifiquen la existencia de regímenes políticos dictatoriales (de derechas o de izquierdas) que se valgan de las reglas del “libre mercado” para sustentarse en el poder ignorando los más elementales principios democráticos. El que esto último pueda suceder tiene su origen en el error de considerar que la llamada ciencia económica nada tiene que ver con la política, la ética, la filosofía o la historia, sino que la misma debe atenerse a la realidad de los hechos y sobre los mismos hacer sus predicciones “científicas”. Craso error que nos lleva a reivindicar a los clásicos del pensamiento economico que nunca concibieron el funcionamiento del mercado al margen de la conquista de la libertad política.

miércoles, 25 de marzo de 2009

CUANDO IR A FAVOR DE LA CORRIENTE ES UNA INDIGNIDAD


Existe una amplia gama de opciones para declararse a favor de la corriente. Es normalmente lo más fácil y parece que también lo más sensato desde el punto de vista de la conservación del pellejo y los intereses propios, aunque a veces lo hagamos con un profundo dolor de estómago por las ganas de vomitar que ello nos provoca (efecto que por demás nos está muy bien empleado, todo sea dicho sin ánimo de ofender a nadie). Vamos, que por naturaleza, el ser humano es seguramente más un cobarde y un pusilánime que un ser animado por el espíritu de valentía. El temor de “ir contra la corriente” puede ser tan intenso, que una gran mayoría de humanos prefiere en tales coyunturas “esconder la cabeza bajo el ala” y sumarse, por activa o por pasiva, a la “corriente dominante” que plantar cara a la misma y remar en sentido contrario.

Cualquiera de nosotros tiene seguramente muchos ejemplos con relación a lo que venimos diciendo. Si somos capaces de confesarlos como vividos es que los mismos no suponían en caso alguno un cuestionamiento profundo de nuestra propia dignidad como personas o incluso como meros seres humanos. Se trataría de asuntos de la vida cotidiana sin mayor trascendencia, o de no poca trascendencia, pero que solemos calificar como superfluos a fin de no crearnos excesivos problemas de conciencia a la hora de aceptarlos o consentirlos.

En otros casos, sin embargo, aceptar ir “a favor de la corriente” supone de manera clara y rotunda una dejación de nuestras más íntimas y acendradas convicciones. Cuando esto sucede, es que definitivamente estamos ya derrotados por haber cedido a una tentación que constituye la negación radical de nuestra concepción de la vida en general y de determinados asuntos de la misma en particular.

Vayamos al caso real y concreto. Elaboración de un nuevo Plan de Estudios de la licenciatura en Derecho, y no sólo porque ello es consecuencia de la adaptación del actual plan a las directrices europeas, sino también, porque el vigente es un plan que se estableció en el ya lejano año de 1953. Cuestión de partida de carácter fundamental: ¿debe ese plan ser elaborado fundamentalmente por los actuales profesores que imparten docencia en la Facultad de Derecho de cada Universidad? (téngase en cuenta que esos profesores son, ante todo, producto de un plan que proviene de 1953 y, sobre todo, que los mismos en su gran mayoría no tienen la menor idea de cuál es la realidad social, profesional, económica, administrativa…que existe fuera de los muros de la Universidad en la que han conseguido un puesto a perpetuidad). Si a esta cuestión se contesta afirmativamente sobre la base de la autonomía que la ley reconoce a la Universidad, el resultado no es nada imprevisible. Los profesores tenderán a reflejar en el nuevo plan las mismas materias que existían en el viejo, pues ello será una garantía de que conservarán su ámbito de “poder” y, sobre todo, su carga docente actual, aparte, claro está, de sus virtudes y vicios como profesionales de la enseñanza y la investigación. En otras palabras, cambiar para que todo siga igual… Esto último es lo que en realidad está ocurriendo en muchas Universidades españolas y, en particular, en la Facultad de Derecho de la Universidad de La Laguna.

Ante esta caudaloso río de corrientes rápidas y saltos de riesgo elevado, pero sobre todo, de corriente contraria a los intereses sociales y genuinamente universitarios, se pueden adoptar dos posiciones: una, seguir la corriente dominante y situarse lo más cerca posible del núcleo de poder profesoral con el fin de así ganar algo –o al menos no perder- en el nuevo Plan de Estudios que se diseñe. Es la posición supuestamente pragmática de los que ceden a la fuerza de la sinrazón; dos, denunciar públicamente y/o ante los tribunales de justicia el atropello que se está cometiendo y/o ponerse al margen de toda esta contrarreforma que va contra el sentido mismo de lo que debiera ser la Universidad. Por dignidad personal y por respeto a la institución universitaria, creo que sin ningún género de dudas hay que optar por esta segunda vía, aunque lo “pierdas” todo o casi todo, menos la dignidad. Algo es algo, sobre todo, en estos raros tiempos que corren de ignorancia y ausencia de rebeldía.

martes, 24 de marzo de 2009

¿VOLVER ATRÁS?


Mi amiga Carmina, además de permitirme oír excelente música, me envió hace unos días un video del realizador Guillermo Ríos sobre la terrible situación de la mujer en muchos países africanos: desde el asesinato mediante lapidación por adulterio, a la ablación del clítoris para impedirles tener placer sexual, aparte, claro está, de la propagación y sufrimiento de padecer el sida por carecer de medios de protección tan eficaces como el preservativo o el casamiento forzoso de niñas con adultos a los que no conocen absolutamente de nada para ser violadas desde tan temprana edad. Toda una ristra de abusos, maldades, tropelías y crímenes contra las mujeres que en buena parte tienen su origen y justificación en la concepción religiosa de la mujer como instrumento diabólico que incita permanentemente al pecado de la concupiscencia.

En nuestras sociedades desarrolladas, cada vez que oímos y vemos tan cómodamente por televisión este tipo de barbaridades, no sólo sentimos –muchos de nosotros, al menos- rabia e impotencia por tanta injusticia y violencia contra las mujeres, sino que además, manifestamos nuestra radical oposición al fundamentalismo religioso de unos clérigos que no sólo justifican esas atrocidades contra las mujeres, sino que además las fomentan y las consagran en leyes positivas que establecen unas instituciones políticas dominadas o controladas por los mismos. Y esto no ocurre en la Edad Media, sino en pleno siglo XXI, y en países y sociedades en las que se combina el mayor desarrollo tecnológico (medios para construir una central nuclear o fabricación de misiles de largo alcance), con la imposición de creencias y prácticas religiosas atentatorias contra los más elementales derechos de las mujeres. Pero como en muchas otras cuestiones, es esta una realidad aparentemente bien lejana que lo más que nos puede producir es un vago sentimiento de solidaridad que luego ni siquiera se concreta en que llamemos a la policía porque el canalla del piso de al lado agrede a su mujer por el hecho de ser mujer y ser además suya (¿?).

Hace ya más de veinte años que en nuestro país existe una ley que regula el aborto. Se trata de una ley que en su momento supuso un paso decisivo en orden a la despenalización (o no criminalización) de determinados supuestos, pues hasta ese momento, el aborto estaba considerado como delito y la mujer que lo realizaba era considerada en cualquier caso una delincuente que terminaba con sus huesos en la cárcel por aplicación de la ley. En la actualidad, el Gobierno de la Nación, en uso de su derecho a ejercitar la iniciativa legislativa y en atención a las demandas planteadas por determinados sectores sociales, plantea la presentación de un Proyecto de Ley que trata de ofrecer una nueva regulación del aborto ampliando las posibilidades para la mujer a la hora de decidir si desea o no abortar.

Se podrá entrar a discutir la conveniencia, desde una perspectiva política, de si este era el momento para adecuado para llevar a cabo esta iniciativa; o bien, si el contenido del Proyecto es o no el más idóneo desde distintos puntos de vista… Sin embargo, lo que no parece procedente, al menos para aquellos que creemos en el Estado de Derecho y en la ley, es calificar al aborto, desde el punto de vista legal, como un crimen o un asesinato, y a la mujer que lo lleva a cabo, como una criminal o asesina digna, como mínimo, de la cadena perpetua.

Es verdad que la Iglesia Católica se opuso en su momento a la aprobación de la ley del aborto (1985) y que también ahora vuelve a reiterar esa oposición radical ante el Proyecto de Ley presentado por el Gobierno. Comprendo esta posición y la veo con el máximo respeto e incluso en algún supuesto con simpatía desde una óptica estrictamente religiosa. Sin embargo, creo que se trata de una posición que no expresa toda la verdad, pues tengo la impresión de que en realidad la Iglesia debería, en consecuencia con sus planteamientos, propugnar la criminalización por el Estado de cualquier conducta a favor del aborto, pero sobre todo, la de la mujer que decide abortar, que pasaría así a ser una auténtica asesina. ¿Será que en su mensaje se contiene implícitamente esta exigencia? Sería bueno para todos los ciudadanos de este país, católicos o no, que la Iglesia lo aclarara o, al menos, lo hicieran aquellos partidos políticos que afirmando compartir el planteamiento de la Iglesia, no se atreven a defender abiertamente la derogación expresa de la ley que despenaliza el aborto. La verdad es que tiene mucha razón la Iglesia cuando afirma que no se puede estar en misa y repicando… En cualquier caso, desde aquí mi modesto apoyo a todas las mujeres que responsablemente deciden abortar de acuerdo con la ley.